lunes, 5 de julio de 2021

Esta maldita sociedad de la inmediatez

 

Esta maldita cultura de la inmediatez

 


        El proceso de americanización de nuestra sociedad ya comenzó hace años y fue principalmente la televisión el instrumento utilizado para ello, pero ha sido paulatinamente cuando este proceso ha ido impregnando nuestros comportamientos y, especialmente en el ámbito educativo, ha sido la propia Administración paradójicamente la que ha sido su principal precursora. Estamos en la era de la impaciencia donde no educamos nuestros instintos ni nuestro cuerpo, y si deseamos/queremos algo, lo queremos ya. Eso, en mi opinión, es más propio de bebés o niños de temprana edad.


Nadie puede esperar, nadie tiene ni paciencia ni autocontrol. Después de meses de confinamiento y medidas para combatir la pandemia, hace semanas se nos dio algo más de libertad y ¿cómo respondió la sociedad? Con botellones descontrolados, con relajamiento total…. desembocando en la celebración de la noche de San Juan. Mientras la mayoría aceptó que la pandemia todavía está presente y que había que ir con cautela vimos como hubo poblaciones donde todo se desmadró.

 

Pero como el objeto de este blog no tiene pretensiones tan altas y simplemente pretende hacer reflexiones que se producen en el ámbito educativo, me voy a centrar precisamente en ello con una cuestión menor de actualidad y con otra algo mayor y que está desestabilizando nuestros centros de manera brutal.

 

Bueno, en realidad, una cuestión menor no es. Me estoy refiriendo al macrobrote que se ha producido tras una serie de viajes de estudios a Mallorca por parte de centros de diversos puntos de la península. Subscribo totalmente los aspectos fundamentales que se tratan en la desgarradora carta de una profesora indignada (he aquí 2 enlaces a diferentes artículos sobre el tema: La carta de una profesora indignada a los estudiantes del macrobrote: "Os vais a Mallorca en busca del coronavirus" y "A veces pienso que el ser humano está mejor confinado" ), que habla también como Jefa de Estudios y Coordinadora Covid, y que coinciden con lo que líneas más arriba comentaba sobre la celebración de la noche de San Juan.


Y pasamos ahora a la cuestión que más me preocupa por relacionarse con el ámbito educativo y que se deriva de esta sociedad de la inmediatez: el fenómeno del ‘concursillo’. Es indudable que el concursillo, en esencia, tiene unas muy sanas intenciones y pretende el bienestar del docente porque les permite trabajar en un centro que atenúa los efectos del distanciamiento geográfico del domicilio familiar. Ahora bien, la Administración, que es la que vela porque esta empresa pública funcione, no la ha regulado suficientemente y entra en contradicción con toda la serie de planes, proyectos, programas… que quiere que se desarrollen en los centros al haber elevado el nivel de inestabilidad del personal a cotas jamás conocidas. Así, vemos como hay centros en los que todos los cursos son el 70 o el 80 por ciento de los profesores que llegan nuevos. En mi caso particular, en un departamento de 6 miembros, y por diversas circunstancias, se puede decir que estoy solo coincidiendo con 3 compañeros de concursillos, más una profesora sustituta y otro compañero de apoyo COVID. Al menos, el curso pasado dos de ellos ya habían estado en el centro el curso anterior.

 

De este modo, cada comienzo de curso significa partir prácticamente de cero para la mayoría de los integrantes de la plantilla de un centro. Cada centro, cada departamento ha hecho la guerra por su cuenta y ha intentado dar respuesta a tal situación: unos asumiendo más responsabilidades y compromiso, otros han seguido el comportamiento de la avestruz desentendiéndose de los objetivos específicos del departamento o de los generales del centro, y otros simplemente sobreviven a la situación esperado el tan ansiado momento de la jubilación, aunque claro con el permiso de las autoridades pues parece que ahora los ‘baby-boomers’ vamos a ser el problema de que este país se vaya al traste.

 

La sociedad actual, por aquello de la inmediatez, y a pesar de incorporarse al mundo laboral más tarde, parece tener como prioridad tener una super-casa con un super-coche (que suelen ser dos porque ambos cónyuges trabajan) y en una super-ciudad. Bueno, muchos acaban viviendo en las ciudades dormitorio o urbanizaciones cercanas porque este tipo de vivienda es más asequible. Esta americanización de nuestras jóvenes generaciones hacen que se contrapongan enormemente a generaciones anteriores que se trasladaban a su primer destino, alquilaban un pisito y si el destino era medio aceptable, acababa comprando una vivienda de v.p.o. para quizás acabar comprando algo mejor rondando casi los cincuenta. Si el destino no era tan bueno, se seguía concursando y se trasladaba uno a una población con mayores posibilidades, para pasados los 40 tal vez alcanzar el ansiado deseo de entrar en el ansiado destino. La mayoría se quedaban por el camino y así tenemos familias que se asentaron en otras poblaciones sin problemas renunciando definitivamente a ese gran sueño porque la realidad era bien otra.

 

Otro motivo para participar en el ‘concursillo’ es la mejora en las condiciones laborales o bien por tener una comisión de servicio o bien, aquí viene la última, por huir de una circunstancia específica, como puede ser por ejemplo el bilingüismo. Sí, ahora que empieza a destaparse la verdad sobre todo este plan (sirvan de ejemplo este programa de la televisión española: La chapuza del bilingüismo y este artículo del periódico el país:    “Es un engaño, los niños ni aprenden inglés ni las materias” ). El bilingüismo, el precursor del concursillo porque de nuevo en este país de los atajos éste fue el penúltimo para no pisar los destinos asignados. Dejo para el futuro un análisis más detallado de este plan para no desviarme más del tema. En efecto, una vez alcanzado el ansiado destino, aunque fuera a costa de concursar a una plaza bilingüe, y con unos conocimientos de la lengua extranjera mejorables y dándonos cuenta de que no hay una repercusión positiva ni en la propia lengua extranjera ni en la materia propia, y habiendo sido arrinconados a los niveles de la ESO, son muchos los compañeros que empiezan a concursar a la plaza no bilingüe del propio centro o del centro de al lado. Por supuesto, si no se nos concede, que es lo más lógico, participamos en el concursillo escapando del infierno bilingüe. 

 

Para poner punto final a esta reflexión, aunque podría extenderme horas y horas, yo me pregunto: ¿puede permitirse el lujo una empresa (en este caso pública) de seguir provocando el deterioro de nuestro sistema educativo? ¿puede afrontar una empresa cualquier reto con una plantilla cansada, no estable y poco comprometida? ¿no son estos años y esfuerzos que se debieran emplear en completar la formación del docente y dedicar más tiempo a la preparación de sus clases y corrección de tareas? Son muchas las cuestiones, pero creo que son suficientes. Son ya ocho las leyes educativas y a lo mejor parte del fracaso se debe a esto, pero claro hay que recordar que la empresa la dirigen la clase política o técnicos que llevan alejados de la tiza décadas. La Administración quiere que los docentes nos formemos, estudiemos idiomas, nos digitalicemos… y que tengamos niños para pagar las pensiones de futuras generaciones. Es imposible con la configuración que las plantillas de los centros están tomando. Y una vez que hayamos creado nuestro Quasimodo, será imposible volver atrás. La calidad del producto (nuestros alumnos) seguirá siendo mala, el nivel de exigencia será mayor y los profesionales de la tiza acabarán hastiados. Siento ser tan pesimista, pero es que tiemblo al pensar cómo quedará mi Centro o mi Departamento el curso que viene. ¡¡¡Lo mismo tengo suerte y repiten algunos compañeros!!!

 

Os invito, pues, en los comentarios a expresar vuestras opiniones sobre el tema, a favor y en contra, porque así tendremos una visión más completa, siempre intentando ser constructivo y enriquecedor. ¡¡Muchas gracias a tod@s, feliz verano y mucha salud!!